ENTREVISTA A UN MILLONARIO

mujer annunakis¿Cuánto diría que gana usted?

Ni lo sé…

Se hizo un silencio. El millonario descruzó las piernas y echó la espalda hacia atrás recostándose y haciendo crujir esponjosamente el cuero del sofá. Su actitud señalaba suficiencia combinada con cierto retraimiento, una especie de coqueta timidez destinada a bruñir su magna figura. Casi se podía sentir esa atmósfera de misterio creciendo en torno al entrevistado como una niebla que iría esclareciendo poco a poco, hasta terminar por descubrir el castillo soberbio de su idiosincrasia. La periodista no dijo nada, decidió con su silencio sumarse a ese misterio, permanecer impasible ante la nebulosa y dejar que la muda tensión acabase por disiparla.

Aquella era una más de la serie de entrevistas que bajo el título “Confesiones en la Élite”, su periódico le había encargado para la edición dominical. El objeto era dar voz a magnates, próceres y potentados que se suponían parte de las élites selectas; tradicionalmente discretas, veladas, pero con sospechada influencia directa en el devenir, en los engranajes que generan el antes, el ahora y el después de nuestro viejo amigo el mundo.

Apareció el mayordomo con una bandeja, la depositó en la mesa baja frente a la periodista y miró al millonario. Ante el gesto de complacencia de su señor se retiró tras una sutil reverencia, dejando una estela de plateada dignidad. La periodista se sirvió una cucharada de azúcar y se entretuvo recreándose en la dilución. El fotógrafo que la acompañaba fijó el foco en la esquina opuesta a la ventana y propuso aprovechar la pausa para tomar las fotografías.

Si le digo la verdad —dijo el millonario —no soy muy amigo de los posados, prefiero que vaya tomando fotos a medida que conversamos. Ya procuraré yo no hurgarme la nariz ni recolocarme la huevera.

De acuerdo entonces —dijo el fotógrafo encendiendo el foco tras una discreta carcajada —iré tomando fotos y luego elegimos una.

La mirada del millonario se quedó fija en la periodista, que sorbía su café manteniendo la taza de porcelana sobre el platillo y tratando de parecer desenvuelta.

¿Le parece que continuemos? —la instó suavemente el millonario.

Naturalmente, le preguntaba por sus ingresos…

Esta no es la primera entrevista de la serie ¿Verdad?

No, claro que no. Me parece que usted hace el cuarto.

-—¿Y todos les preguntó sobre el dinero que ganaban?

Sí, suele ser la primera pregunta que hago, es algo que sirve para romper el hielo.

Ah, muy bien, muy bien ¿Y qué le contestaron?

¿No las ha leído usted?

El tema de las élites no me interesa demasiado, si le digo la verdad…

Ya… Pues responden con vaguedades, no quieren precisar, se quitan importancia y dicen cosas como <<menos de lo que usted cree>> ¿Va a responder algo así usted también?

No, yo le he respondido que no tengo ni idea.

A mí me suena a evasiva…

Pero no lo es. Verá, cuando uno está en este nivel el dinero fluctúa constantemente, no es posible saberlo.

Pero es mucho…

Claro, alma cándida. Según usted hago parte de las élites ¿No es así?

¿No le importa reconocerlo?

¿A qué se refiere?

A las élites, normalmente, los que mueven los hilos no quieren ser vistos. Los otros entrevistados aseguran modestamente que ellos no alcanzan tal influencia…

Es que eso de los hilos y las marionetas del poder es una metáfora demasiado manida ¿No cree? La gente de mi posición no maneja los hilos, por supuesto que ejercemos una influencia pero es algo más complejo eso.

Pero no niega la influencia y eso es un poder, que es ejercido.

Claro que no ¿Por qué habría de negarlo? Yo normalmente puedo, por lo tanto tengo poder. Todos podemos en mayor o menor medida…

Todos somos iguales menos algunos que somos más iguales que otros…

¡Bien traído, señorita! —dijo levantándose de golpe y dirigiéndose al escritorio.

El millonario abrió un cajón , cogió una pitillera plateada y se acercó a la mesa.

Intuyo que con esas referencias orwellianas aceptará usted uno de mis cigarrillos —dijo abriendo la pitillera.

¿No será lo que parece?

Cannabis sativa de producción ecológica y la mejor calidad.

No creo que no, se lo agradezco…

Le advierto que los últimos estudios médicos revelan las bondades de este producto como analgésico, depurativo, antidepresivo y un sin fin de cosas más ¿Usted no quiere uno? —dijo dirigiéndose al fotógrafo que dudó —Vamos, vamos, las barbas le delatan, amigo retratista, se ve que es usted un tipo underground…

El fotógrafo miró a la periodista, se encogió de hombros y aceptó el cigarrillo. El millonario fue hasta el escritorio y volvió con un pesado encendedor metálico con forma de elefante. Encendieron los cigarrillos y charlaron ufanamente sobre las bondades del producto. Cuando el millonario volvió a su lugar en el sofá frente a la periodista, el fotógrafo se puso a mirar a través del visor de su cámara y dijo:

Supongo que no querrá que tome fotografías hasta que no haya acabado de fumar…

No se preocupe por eso, amigo, usted haga su trabajo.

¿Seguro que no le importa aparecer así? —intervino la periodista.

Así ¿Cómo?

Pues fumando sustancias ilegales.

En absoluto, aunque no creo que pueda asegurarse que estoy fumando algo ilegal sólo por una fotografía ¿No? —y después de observar el cigarrillo detenidamente añadió —aunque la verdad es que no parece un Marlboro…

Además, podría aparecer en la entrevista.

Ah bueno, pues que aparezca, no tengo inconveniente alguno.

Pero es ilegal.

Oiga, qué insistente ¿No pertenecerá a la liga de mujeres católicas o algo de eso? Es ilegal y no lo es, o cada vez lo es menos y puede que su uso quede globalmente aprobado a no mucho tardar… Y volviendo al tema de la influencia, no nos quedemos sólo en el porrito ¿Recuerda que le dije que esa influencia formaba parte de un entramado más complejo?

Lo recuerdo.

Pues le pongo un ejemplo: a lo mejor el hecho de que yo aparezca fumando y hablando del cannabis puede favorecerme…

Cómo es eso…

Bueno, primero aportando mi granito de arena a la desmitificación: oiga, igual que podría salir en la entrevista tomando una copita de vino, salgo con el joint. Y no pasa nada, y doy la imagen de un triunfador fumando cannabis y hablando de sus valiosas cualidades…

¿Y qué gana usted con eso?

Pues que contribuyo modestamente a la normalización de un producto y a que se abran vías para su futura comercialización…

La periodista desplegó una sonrisa sostenida por la ironía y se pasó la mano por los cabellos atusándolos.

Y usted ha invertido en esa futura comercialización.

Naturalmente, es uno de los negocios con mayores expectativas, una mina de oro…

Seguro que sí ¿Pero de verdad cree que es este un buen ejemplo de influencia de las élites?

Naturalmente, pero debe usted entender. Como le he dicho antes, el que aparezca alguien a quien, de un modo u otro, se le relaciona con el éxito y se fume un porrito contribuye a normalizar la imagen del producto, pero eso sólo es un granito de arena. La influencia que ejercen los interesados en su comercialización abarca muchísimos más aspectos: políticos, presionando para su legalización (primero Holanda, ahora los Estados Unidos); sociales, como el mecenazgo de movimientos contraculturales; medicinales y tecnológicos, apoyando la investigación de sus aplicaciones; etc, etc, etc…

De modo que las élites…

¡Élites, élites! —la interrumpió —No sea ingenua señorita ¿De verdad piensa que las personas que usted entrevista forman parte de las élites? A lo mejor le estoy desbaratando su serie de entrevistas pero de ninguna manera alguien que pertenezca a lo que usted llama “las élites” va a concederle ninguna entrevista.

Pero entonces usted…

¿Yo qué? Yo como los otros, seremos financieros y gente de negocios, de dinero, de mucho, si usted quiere, pero nosotros no somos las élites. Nosotros tenemos contactos, amistades, nos va bien ¿Millonarios? Vale. Tenemos influencia en muchas cosas pero nosotros no creamos el tinglado, no somos el Gobierno Invisible, nosotros no somos el club Bidelberg, ni pertenecemos a las grandes familias: los Rothschild, los Rockefeller, los Morgan, los Dupont… Llame usted a esos a ver se le dan una entrevista.

¿Pero entonces, cómo definiría las élites?

¡Eureka! Pues haber empezado por ahí, hija de Dios… —exclamó levantando los brazos al cielo.

Se hizo un silencio soló roto por el sonido digital del disparador de la cámara. El millonario recuperó el cigarrillo de cannabis del cenicero y lo encendió soltando una espesa y fragante bocanada de humo. Al oír un nuevo clic digitalizado se volvió hacia el fotógrafo.

Luego me las enseñas ¿Eh? A ver si ahora me vais a sacar con un pie de foto que diga “el chamán millonario” o “El rastafari ahumado de las élites”…

No se preocupe.

Bueno, usted quería saber lo que son las élites… —dijo volviendo a la periodista

Ilústrenos, por favor.

Con sumo gusto. A mi modesto entender, las élites son un escaso y selecto grupo de personas —y aquí hizo un puntualización entrecomillando gestualmente lo de personas —que forman lo que podría denominarse el Gobierno Invisible. Estas familias, ya sea por cuenta propia o generalmente agrupados en lobbys, apoyan y derrocan gobiernos, financian la creación de grandes corporaciones, financian guerras para proteger sus préstamos y ganar dinero… Bueno, ganar dinero, es una forma de hablar… Ellos fabrican el dinero, lo ponen en circulación. Esta gente controla los bancos centrales que tienen la facultad de emitir moneda. Usted sabe que la emisión de moneda está en manos privadas, que no son los gobiernos de los países quienes controlan esas entidades… —hizo una pausa y la miró directamente a los ojos —¿Lo sabe o no? Por cierto tiene usted unos ojos preciosos, tienen esa cosa aturquesada de los mares coralinos…

Muchas gracias, —dijo desviando la mirada con cierto gesto de fatiga antes de continuar —estábamos con las entidades que emiten moneda.

Sí —respondió dejándose caer hacia atrás de nuevo.

Bueno, a ver, en teoría…

¡Qué teorías ni que niño muerto! ¿Quien controla la reserva federal americana? ¿Quién controla el FMI? Ahí están sus chicos, señorita, ahí están los Rothschild, los Morgan y los otros… Pero le decía antes que lo de ganar dinero es una forma de hablar ¿Sabe por qué?

Ansío la respuesta ¿Es necesario que sigamos con este juego de las preguntas retóricas?

Me gusta interactuar.

¿Por qué dijo que lo de ganar dinero era una forma de hablar? —preguntó con un ligero ademán teatral.

Porque por cada moneda que ponen en circulación a través de los bancos, añaden un porcentaje de deuda, de manera que nunca hay en circulación el suficiente dinero para cubrir esa deuda ¿Qué hacen entonces?

Emitir más moneda.

¡Guapa, y lista! Emiten más dinero para cubrir la deuda anterior y queda una nueva deuda que volverá a cubrirse con una futura emisión y así indefinidamente ¿Dónde está la bolita? Puro trile, el recopetín…

¿Y usted asegura que mediante este tipo de procesos las élites continúan enriqueciéndose?

Sí, pero no es dinero el objetivo último.

¿No?

No, el verdadero poder viene de esclavizar a las personas. Con este procedimiento lo que se consigue es que cada ciudadano cargue con una deuda que jamás podrá pagar, y por tanto queda esclavizado de por vida.

Esto es muy interesante, pero ahora me gustaría ir por otro lado.

Diga que sí, ponga rumbo a donde se le antoje…

Usted patrocina varias instituciones médicas y científicas ¿Es una especie de deber filantrópico para los poderosos aportar parte de su capital al desarrollo de proyectos destinados a progreso y mejora de las condiciones de la humanidad?

El millonario se incorporó para responder pero la periodista le hizo un gesto con la mano para que aguardara.

¿Es en el fondo una forma de expiar la culpa, la mala conciencia derivada de su situación de privilegio frente a las dificultades y padecimientos del resto?

Lo primero es que yo no tengo ningún tipo de mala conciencia por tener dinero, eso es completamente absurdo ¡Ya está bien de fariseísmos y santurronería! —respondió adoptando una indignación lobuna —Le diré más: si financio la investigación científica es para sacar provecho de ella. Si consiguen una medicación contra el cáncer, los primeros beneficiarios seremos los míos y yo. Esa es la principal motivación, primero lo mío, luego los demás, y quién diga lo contrario miente o es idiota. No se puede ir contra natura. Le pondré otro ejemplo: los científicos están avanzando mucho en el estudio de los genes, cuáles son aquellos genes o complementos genéticos que influyen en la aparición de determinadas características físicas o intelectuales que contribuyen a la mejora del ser humano. Esto generará un gran debate moral, pero es evidente que el día de mañana podremos elegir el tipo de ser humano que queramos y hacerlo a nuestro gusto.

Pero eso es como fabricarlos…

Llámelo como quiera, el caso es que si yo apoyo estos proyectos es para poder un día beneficiarme de ellos, en este caso mejorando mi genética; enriqueciendo mi potencial cromosómico y prevaleciendo por los siglos, que es el fin último de los individuos.

Entonces, según usted, el hombre es…

Un animal, un ser volitivo. Estómago, gónadas; hambre, deseo y miedo. El hombre, señorita, es un animal consciente de si mismo, de su situación espacio-temporal y de su destino; por tanto, esclavo de esa condición. Por lo demás, no nos diferenciamos mucho del resto de los animales. Queremos sobrevivir y perpetuarnos, no perpetuar la especie, no existe una conciencia global de especie, la perpetuación no tiene ningún sentido si nosotros como sujetos individuales, no somos protagonistas directos.

De modo que al final todo queda explicado siguiendo teorías naturalistas y postulados biologicistas…

Simples y denostadas verdades, quizá demasiado cruentas para el común de los hombres. El hombre es insincero, opta por dulcificar y tirar de confeti espiritual. De cualquier modo, estas teorías sólo explican una parte. Pueden interpretar nuestro comportamiento pero no aclaran nada sobre la gran pregunta…

¿La gran pregunta?

¿Por qué estamos aquí? ¿Cual es nuestro papel en el universo ?

¿Y tiene la respuesta?

Ya se lo dije antes, estamos esclavizados.

¿Pero eso qué significa? Esclavizados ¿Por quién? —preguntó visiblemente irritada.

Supongo que por eso que usted llama las élites.

Las élites…

Las élites son los annunakis.

¿Y quiénes son esos annunakis? —preguntó achinando los ojos con fastidio.

Son unos hijos de puta ancestrales.

No he oído hablar de ellos.

Ese es su mayor logro. Se ocultan tras la indolencia y la aceptación de la moderna lógica mundana. Son de origen extraterrestre pero viven en la tierra desde antes de que apareciera el hombre.

Extraterrestres… —dijo la periodista echando la mirada al aire y dejando caer sobre la mesa su bloc de notas.

Sí, guapa, no me miré así. Si hay una certeza es la incertidumbre ¿Usted es capaz de responder las preguntas de quiénes somos, de donde venimos, a dónde vamos?

Bueno, no, pero es que no entiendo…

Claro, no entiende. Pues si usted misma reconoce que no entiende, no ponga caras raras, querida. No ponga caras raras cuando le hablo de extraterrestres, si vive usted en la inopia, al menos no se regodee…

Oiga…

¿Sigo o no sigo?

Siga siga —aceptó fatigosamente.

Los annunakis llegaron a la tierra para aprovecharse de sus riquezas. Buscaban minerales y otros componentes, y decidieron crear la raza humana como fuerza de trabajo. Su tecnología permitió crear pirámides, ciudades sumergidas y muchos otros ejemplos de su potencial que aún hoy perduran. Los anunakis siguen entre nosotros y conforman una élite mundial, el Gobierno Invisible del que antes le hablé; las formas de esclavitud han cambiado, ahora nos esclaviza la deuda pero seguimos siendo esclavos.

Unos más que otros…

Sí, unos más que otros pero esclavos al fin y al cabo.

¿Y como es que algo así no se denuncia?

Aquellos que lo han hecho (desde los altos estamentos, se entiende) han acabado muertos en extrañas circunstancias: los Kennedy, Luther King, Olof Palme…

Dando por válida esa teoría… Usted es un hombre influyente, es manifiesto que tiene contactos con altas esferas ¿No tiene miedo de perder apoyos pregonando estas tesis?

Teniendo dinero no hay nada que temer, las personas que hacen negocios conmigo saben que tengo con que responder. Rentabilizando las inversiones uno puede tener opiniones todo lo extravagantes que se le antojen.

Pero usted ha dicho que los que denunciaron las injusticias de las élites…

Pero aquellos eran hombres realmente influyentes, personas que eran escuchadas y cuyas opiniones tenían un calado importante en la población. Yo en el fondo ¿Qué soy? Un millonario estrafalario que se ha fumado un porrito y le ha dado por desbarrar, un tipo desgalichado que no ofrece ningún peligro…

De nuevo el cannabis…

Lo que le dije, un sin fin de aplicaciones.

La periodista, cerró su bloc de notas, apagó la grabadora y se levantó ofreciéndole la mano al millonario.

Bueno, creo que hemos terminado, muchas gracias por su tiempo.

No hay de que —y sin soltar la mano de la periodista añadió —¿No tienen hambre?

La periodista negó con la cabeza al tiempo que retiraba su mano. El millonario se acercó al fotógrafo para revisar las instantáneas. Dio su conformidad elogiando su trabajo y comentando algunos por menores a cuenta del enfoque, la profundidad de campo y la captación de la luz.

Es usted un buen profesional ¿Tiene por ahí alguna tarjeta? ¿Seguro que no quieren quedarse a tomar algo? Puedo pedir que nos sirvan un aperitivo en el jardín…

No muchas gracias, tenemos cosas que hacer —rechazó la periodista impacientándose.

¿Qué ocurre? ¿Está usted molesta por algo?

En absoluto.

¿Quizás la entrevista no ha salido como usted esperaba?

Desde luego no ha sido lo que esperaba, tengo la sensación que me ha tomado usted el pelo.

Le prometo que no era mi intención, aunque mírelo de este modo, a fin de cuentas eso es lo que hacen las élites.

La periodista asintió, le hizo un gesto a su compañero que recogía la parafernalia fotográfica para que se apurase y se cruzó de brazos.

¿Por qué no se relaja un momento y viene al jardín a tomar un refrigerio? Le aseguro que podrá recibir la suave caricia de los rayos de sol a través de las ramas del magnolio.

Otra vez gracias, pero tenemos prisa.

Tiene usted unos ojos preciosos ¿Se lo he dicho?

Coralinos.

El millonario guardó silencio y se quedó mirándola sin pestañear, pensó que la periodista era una mujer de un atractivo glacial y malévolo, que tenía un semblante poliédrico . Ella le aguantó la mirada brevemente y después se giró hacia el fotógrafo señalándole el reloj.

Creo que hemos terminado demasiado pronto, —dijo el millonario —no me ha dado usted tiempo a referirle lo del cerebro reptiliano y como nos anularon la glándula pineal, el tercer ojo…

Mire, si le digo la verdad no creo que eso sea lo que interese a nuestros lectores ¿Le parece acaso que yo sea el doctor Jiménez del Oso?

De ninguna manera, —respondió barriéndola con la mirada —pero usted quería hablar de las élites, pues bien…

Lo que los lectores quieren saber es cómo viven las personas influyentes, a qué dedican el día, si sus responsabilidades les permiten disfrutar de su dinero, dónde van de vacaciones, cuáles son sus aficiones… ¡Cosas normales, hombre, y no cuentos chinos ni monsergas psicotrópicas!

El millonario permaneció observándola agazapado tras una sonrisa caústica. La periodista se cansó de esperar, se despidió del millonario con una mirada acerada y le dijo al fotógrafo:

Date prisa, te espero en el coche.

El millonario se acercó al fotógrafo cuando éste cerraba cremalleras ultimando la recogida.

¿Cree usted que podría ser una de ellos?

¿Anunnakis? Por como disfruta tiranizando diría que es probable…

El millonario se acercó hasta el escritorio, cogió la pitillera y se la ofreció al fotógrafo.

Tenga, coja unos cuantos…

Qué bien, muchas gracias.

Se lo digo en serio, he notado algo realmente malévolo en sus ojos. Sabe, esa gente no sólo se han integrado en las élites, están infiltrados a todos los niveles; más aún en los medios de comunicación ¿La conoce bien?

Del periódico. Trabajo por libre y me llaman de vez en cuando, pero no es alguien con quien te vas a tomar una cerveza.

No, seguro que no…

Apoyado en el marco de la ventana, observaba como el fotógrafo terminaba de cargar el material en el coche. La periodista le esperaba sentada en el asiento de copiloto. La vio bajar el parasol y contemplar su rostro en el espejo. El millonario sintió una presencia tras él y se volvió hacia el mayordomo, que le observaba con el rostro impasible galvanizado por sus sienes de plata.

¿El señor desea algo?

Me gustaría saber de dónde sale tantísimo cinismo…

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