El reloj avanza muy despacio en la estación de autobuses. Gente sentada, gente que intenta dormitar entre bolsas de viaje y embalajes. Hay poco que hacer excepto mirar el anacrónico reloj esperando algún movimiento perceptible en las agujas. Es como mirar crecer una planta.
En el servicio de caballeros, un veterano de guerras pretéritas se refresca en el lavabo. Observa su curtido rostro en el espejo, gotas de agua escurriéndose por sus surcos para morir en la pila. Saca un peine del bolsillo del pantalón y peina hacia atrás sus cabellos grises y lacios. Las guerras pretéritas dieron sentido a su vida como ahora lo hacen sus húmedos cabellos peinados hacia atrás. El viejo se pasa la mano por el pelo fijándolo a la cabeza y vuelve a pasar el peine antes de guardárselo en el bolsillo. La imagen del espejo le mira a los ojos, <<ahí estás de nuevo, Ira, viejo compañero, la vida cuenta aún con nosotros>>. Más tarde, Ira recorre la estación con su mirada buscando señales de afinidad, rastros de complicidad entre los pasajeros, cartuchos del mismo tipo. Sonríe a un joven soldado hispano que se sienta de espaldas a él mientras juguetea con su teléfono de última generación. Al soldado hispano el viejo Ira no parece importarle un carajo; pero Ira piensa que el ejército también dará sentido a su vida como le ocurrió a él. Es bueno que haya guerras donde los jóvenes pueden comprometerse con su país y dar sentido a sus vidas. Por ese motivo Ira sabe que el joven soldado hispano no se quitará el uniforme hasta que esté en su pueblo y todo el mundo pueda ver su compromiso con la nación. Es bueno comprometerse y luchar por algo, afortunadamente siempre hay alguien a quien meter en cintura.
Sólo falta una hora para que salga el autobús con destino a San Antonio y en el aire de la estación flota un deseo de echar a rodar de nuevo, quizás las cartas buenas lleguen con la próxima mano. El vaquero mejicano de fino bigote también está a punto de jugar una nueva partida, la enésima ya. Luce un sombrero tejano de paja, camisa con botones nacarados y sus viejas botas de montar. La dorada hebilla ovalada refulge capitaneando su delgada cintura. Debe rondar los sesenta pero aún es todo músculo y tendón fibroso por los cuatro costados. Todavía puede trabajar tan bien como cualquier muchacho en los ranchos de la frontera. Duro como alambre de espino y elegante en su rítmico y arqueado caminar de vaquero de la vieja escuela, los pasos resonando en el suelo baldosado. Su estoica mirada dice que lleva más golpes y caídas en el lomo que estrellas en la noche tejana. Ira le observa encontrando las señales de afinidad y el viejo vaquero le saluda llevándose la mano al sombrero. Toma asiento y echa un vistazo general observando al resto de la gente. Todos pobres, todos viejos, todos gordos. Mórbidas vidas descuidadas se apelotonan gritando en un rincón. Una familia feísima ha venido a despedir a la hija. La madre de cara roja le grita desquiciados consejos mientras su hija le da la espalda. Las muletas le dan un aspecto como de cangrejo absurdo, usa una de las muletas para subrayar sus advertencias. El hermano mayor, todo vestimenta hip hop ridículamente grande, grita a su vez contrariado por la histeria de su madre. El padre observa con la mirada ida, su cara está hinchada y sólo abre la boca para toser. El hijo menor permanece ajeno a la escena descansando su pesado corpachón de grasa y ocupando una fila de tres asientos, está absorto en la vídeo-consola que controla con sucios pulgares gordezuelos. Al vaquero le recuerdan a un grupo de cerdos peleándose por un lagarto.
Ira por fin encuentra una oportunidad de jugar su papel en esta lúgubre estación de autobuses cuando aparecen dos abuelitas cargadas con sus pesadas bolsas. Inmediatamente acude en su ayuda, y el vaquero mejicano también se ofrece presto pero Ira rechaza su ayuda cortésmente, que arda en el infierno si aún no puede cargar con un par de viejas maletas. Después se sienta junto a ellas e inicia una charla agradable ofreciendo su sabiduría en cuanto a horarios, millas, destinos y meteorología. El viejo Ira puede volver a sentirse útil. El vaquero se entretiene quitándole el polvo a sus botas de montar. El joven soldado hispano ha conseguido al fin colgar sus fotos en la red. Ahora todo encaja. Ya casi es la hora.