¿DONDE ESTA LA BOLITA?

donde esta la bolita –       ¿Joe?

–       ¿Quién es?

–       ¡Joe, soy yo, Juan!

–       ¿Quién?

–       Juan, Juanchelo.

–       ¿Quién?

–       Juanchelo, joder.

–       Ah sí ¿Qué te cuentas?

–       Hacía mucho que no hablábamos, Joe. Sigo aquí en el refugio.

–       ¿Dónde?

–       ¡En el puto refugio!

–       ¿Y qué haces tú en un refugio?

–       Joder, Joe, te lo dije la última vez que nos vimos, que me iba al refugio a hacer el estudio poblacional.

–       ¿Lo de los osos?

–       Eso es, lo de los osos.

–       ¿Y cómo te va?

–       Bien, llevo casi tres meses aquí arriba. Es un lugar increíble, tendrías que verlo, macho. El refugio está en un promontorio y todo lo que hay alrededor son bosques y más bosques ¿Puedes imaginarlo?

–       Hay que imaginarse muchos árboles.

–       Sí, muchísimos, Joe. De noche es sobrecogedor, casi todas las noches me preparo una pipa y salgo a fumármela en el exterior del refugio.

–       ¿Tú fumas en pipa?

–       Bueno, ahora sí. Como estoy en los bosques haciendo el trabajo de recoger muestras y el seguimiento de los animales… pensé que sería lo suyo, fuera hay un banco hecho con un viejo tronco de castaño, así que ya sabes, me siento allí cada noche a fumar en pipa.

–       Ya veo, se tienen que pillar unos buenos colocones en esos bosques.

–       No Joe, fumo tabaco de pipa, no le pongo hierba.

–       ¿Quieres decir que no recargas la pipa con marihuana?

–       No, no es una pipa de esas. Es una pipa clásica, una pipa de viejo lobo de mar, de señor inglés con chimenea, una pipa de guardabosques.

–       ¿Y no se le puede poner maría?

–       Sí, pero yo no se la pongo.

–       ¿Por qué no?

–       Vaya, no creo que fuese una buena idea fumar por aquí. Estás tú sólo rodeado de bosques, creo que podría emparanoiarme.

–       ¿Emparanoiarte?

–       Sí, por la oscuridad, la forma de los árboles… Por la noche sus ramas pueden cobrar unas formas realmente amenazadoras; y los ruidos, hay un montón de ruidos.

–       ¿Qué clase de ruidos?

–       Pues muchos, los gritos de las lechuzas, el viento meciendo las ramas, el ladrido de los zorros, cosas que se arrastran y se escabullen, yo que sé… puede  llegar a ser todo bastante tenebroso y estando aquí solo…

–       ¿Los zorros ladran?

–       ¿Eh?

–       No sabía que los zorros ladraran.

–       Sí bueno, sobre todo ahora que es la época de celo. Los zorros se buscan unos a otros, se producen encuentros y entonces ladran. No es un ladrido exactamente, es más bien un cacareo. Como el sonido que haría un cuervo si ladrase.

–       ¿Un cuervo ladrando?

–       Más o menos.

–       ¿Y eso te asusta?

–       No me asusta, Joe, sólo digo que las noches se llenan de sonidos y si estás fumado podría ser bastante inquietante.

–       A mi no emparanoiaría el ruido de una maldita lechuza.

–       ¡No es por la lechuza, es por todo!

–       Vale, lo comprendo.

–       Mira Joe, esto es bastante duro ¿Sabes? Rutinario. Todos los días siguiendo a esa osa que lleva el collar radio transmisor, trazando sus itinerarios, apuntando datos… Ir a por agua al río, encender el fuego, cortar la leña… Los días se parecen mucho unos a otros. Aquí no hay rastro de jodida humanidad.

–       Creía que te gustaba ese trabajo.

–       Y me gusta, yo solicité el puesto. Sólo digo que a veces se hace duro, echo de menos la compañía, poder charlar un rato…

–       Tienes teléfono ¿No?

–       No, ahora he bajado al bar del pueblo, pero está bastante lejos… además no es solo charlar, es alternar, salir a tomar una copa…

–       ¿No puedes tomar una copa en el bar?

–       No se trata de eso, digo tomar una copa con los colegas, no en un bar de pueblo donde sólo hay cuatro viejos siniestros jugando al dominó y nadie dice más de dos palabras seguidas. –       ¿No puedes relacionarte con esa gente?

–       No, están como animalizados. Responden a un saludo con una especie de gruñido y después te echan miradas furtivas arrugando el morro.

–       Creía que en los pueblos gente era receptiva con el que viene de fuera por eso de que supone una novedad.

–       Esta gente ya sabe de mí todo lo que necesita saber. Recelan de todo lo que huela a forestal. Estaban acostumbrados a hacer en el monte lo que les viniera en gana. Aquí hay una larga tradición de furtivos y alimañeros, y no les gusta que venga nadie a decirles lo que pueden y no pueden hacer.

–       Ya…

–       Cómo me gustaría poder salir de vez en cuando, escuchar música, ver alguna chavala…

–       No hay nada de eso por allí ¿Verdad?

–       No, tío… Nada de esa mierda, lo que daría por…

–       ¿Por qué no vuelves a tu viejo puesto en la oficina?

–       ¡No quiero volver a la puta oficina!

–       Ya, pero estarías en la ciudad y podrías tener eso que quieres.

–       Pero eso no es lo que quiero, sólo digo que lo echo de menos, salir por ahí con un colega…

–       Tío, no sé que puedo decirte. Recuerdo que cuando andabas por aquí estabas siempre quejándote del rollo impersonal de las ciudades, que no soportabas ver hormigón por todas partes y ese rollo del espíritu de la gente ¿Cómo era eso del espíritu robado?

–       Que la ciudad inhibía el espíritu de las personas…

–       No, pero era algo de robar o no sé qué…

–       Secuestrar, que los habitantes de las ciudades tenían el espíritu secuestrado.

–       Eso es, espíritu secuestrado, recuerdo que lo relacioné  con lo de los jefes indios, lo que decían de que si les tomabas una fotografía estabas secuestrando su espíritu. Bueno, es igual, el caso es que pensaba que necesitabas irte a los bosques.

–       Claro que sí, Joe, pero también te digo que echo de menos tener un poco de vidilla y relacionarme.

–       Las mujeres.

–       ¿Qué?

–       Las mujeres, allí arriba uno se debe poner cachondo como un monete.

–       Sí, claro eso también…

–       Los bosques ponen cachondo, colega… la naturaleza en general, toda esa explosión de vida. Me pasó muchas veces, iba de monte y me ponía súper cachondo, tenía que buscar un lugar discreto y darle a la manivela.

–       ¿En serio hacías eso?

–       Claro ¿Tú no? Buscaba los ríos, las corrientes de agua, un arroyo, lo que fuese. No sé si sería por el sonido del agua, yo creo que era algo que tenía que ver con la idea de fertilizar, ya sabes, los ríos fertilizando la tierra y los campos.

–       Sí, tiene sentido.

–       Bueno, amigo, tengo que dejarte.

–       ¿A qué tanta prisa?

–       He quedado con Riqui, el actor ¿Te acuerdas de Riqui?

–       ¿El de Riqui y los Riqueos?

–       Ese mismo. Vale, pues tengo que prepararme, vamos a ir a un club de jazz con unas amiguitas suyas, ya sabes, actrices también . Me ha dicho que viene un pianista americano que toca acordes de terciopelo y pasitos de gato.

–       ¿Pero cómo me dices esto pedazo de cabrón?

–       Joder, tú me has preguntado… además ¿Qué coño te pasa? Pensaba que eras un hombre de los bosques, que odiabas la puta ciudad…

–       Y lo soy, lo que ocurre es que echo de menos algunas cosas. Quizás necesite volver para odiar la puta ciudad y así darme cuenta del valor de las cosas en estos bosques. Tengo la jodida sensación de no conseguir estar satisfecho con nada ¡Nunca! Es una puta mierda…

–       Oye, tranquilo, a todos nos pasa igual, es un juego de trileros ¿Dónde está la bolita? Se trata de seguir adelante, de probar ¿Qué más da donde esté la puta bola? ¿Crees que a mí no me pasa? ¿Crees que yo no echaré de menos algo cuando me levante mañana con la cabeza colgando, la boca llena de arena y la nariz repleta de amargura? ¿Y el lunes, todo el día en la oficina cagando suelto? –       ¿Entonces?

–       Entonces nada, me gustan los acordes de terciopelo, iré al bolo del americano con Riqui y sus ricuras y lo que sea… Yo me bebo la vida a tragos, chaval. Y tú también ¿Querías osos? Pues toma oso. Y si estás cachondo, te vas al río o te follas a la osa del collar ¡Venga ya, si seguro que te corres cada vez que encuentras una mierda de oso!

–       Bueno, emociona…

–       Pues claro que sí. Y tú tranquilo que esto no se va a mover de aquí  y cuando tengas un hueco te vienes y nos tomamos unos algos.

–       Gracias, Joe.

–       De nada, Juancheli. Tengo que irme. Estás bien ¿No?

–       Esa pregunta prácticamente obliga a estarlo.

–       Es que no quiero llegar tarde, colegui; pero sí, estás obligado.

–       Estoy bien Joe, gracias.

–       Así me gusta. Larga vida.

–       Larga vida, Joe.

MI AMIGO PÉREZ MORRISON

Tengo un amigo que se llama Pérez Morrison, qué suerte la mía tener a alguien que se llame así. Pero el apellido de mi amigo Pérez Morrison no es lo único curioso que tiene. De hecho, todo en él es singular y extraordinario. Le gusta pasear y es uno de esos pocos que todavía lo hacen silbando. Si tienes la suerte de encontrártelo lo distinguirás por su porte relajado y ausente. Pasea subiendo la calle Embajadores lo mismo que si estuviese por la campiña británica, silbando alguna melodía de Jethro Tull  o el disco de los aeropuertos de Brian Eno, cargado de papeles que sobresalen de los bolsillos rebosantes. Atento a todas las cosas que hay y que los demás no ven.

Pérez Morrison se sabe todas las canciones de los Doors y le brotan, le salen de adentro en cualquier situación. Si tomando unas cañas no le ponen tapa, de repente se gira y canta

My wild love went riding,

She rode all the day.

She wrote to the devil

And asked him to pay.

Añadiendo síncopas y algún movimiento indígena o raro.

Mi amigo Pérez Morrison es un tipo leído (adora el papel) y viajado, le gusta explorar el mundo y lo hace a su manera, una noche fue a Machu Picchu, durmió en las escaleras y soñó el sueño de los incas. Otra vez se tiró de un tren en marcha en chanclas y se hizo el pie añicos. Se había equivocado de tren. Y es que mi amigo Morris es así, a veces simplemente se deja llevar por la vida, fluye, que se dice ahora; pero otras quiere algo y directamente salta a por ello, aunque sea en chanclas. Le he visto comer miel de un panal en el monte, en una excursión. Estaba aferrado a un pedazo de panal, los dedos pringosos chorreando y apartándose las abejas con la otra mano. Tenía hambre. Cuando le dije que habíamos llevado comida respondió “Ésta es más pura”. Tanto en el monte y como en la vida, Morrison es un tejón melero. Un hombre de zarpas metafóricas que rasgan la realidad y te muestran el todo que hay tras ella.

Aquel día que estuvimos bebiendo vino en el arroyo se le cayó uno de esos papeles que ondean en sus bolsillos. Un folio arrugado con manchas de salsa que contenía un poema, una crónica, tal vez un delirio plateado. Al leerlo me sonó música en el interior, una de esas del disco de los Doors con Jim recitando y un sonido nocturno como del Los Angeles post hippie de las autopistas severas y la droga en polvo. Siempre olvidé devolvérselo, estoy saldando una deuda.

Anuncio de neón,  flotando a un lado en la noche, mientras nos desplazamos hacia el calor del norte. Toda suerte de anuncios publicitarios. Sueños al alcance de pocos, que, como mudos cantos de sirena  amenazan con sacarnos de la carretera, y dejarnos varados en medio de ninguna parte.

 Una rubia angelical. Virginal. Con la mirada totalmente ausente. Una mirada que promete un horizonte inalcanzable.

 Un saxofonista sosteniendo su instrumento en el aire. Congelado bajo los focos, en un interminable solo que dura toda la noche.

Una pareja desnudada para la ocasión, completamente ajenos el uno al otro. Arropados en un abrazo de sudor frío, ilusorio.

 El Dodge se aparece junto a mi ventana, adelantándose y quedando atrás por momentos. Azul plateado. Un delfín siguiendo nuestra estela. En su interior una pareja mira hacia delante; los ojos absortos en las señales de la carretera, relucientes cual manchas de nieve. No se hablan. Parecen ausentes. Como si cada uno viajara a un lugar completamente distinto.

 El paisaje urbano desfila como imágenes recurrentes de un sueño, tratando de captar la atención. Alguna señal. Algún tipo de mensaje. El viaje es de unas veinte horas. Contempla su reflejo en la ventanilla, su única compañía en el trayecto. Se habla a si mismo en silencio. Por lo que a él respecta, no tiene prisa por llegar.