LA ESCENA

Osa 3Se acercó hasta el set como si hubiera tropezado con él, como si sus pies lo hubieran llevado arrastrados por la perezosa aleatoriedad de los pasos baldíos. Hay un montón de gente por allí. Los extras parloteando sumidos en la desgana, sentados desordenadamente en sillas de tijera, los miembros del equipo dándose instrucciones a través de walkie-talkies, bebiendo coca-colas, revisando hojas de papel surcadas con pliegues que las agarrotan y moviéndose con impostada premura. Hay muchos más, pero aparte del tipo que da las ordenes con el megáfono y aquellos que se dedican a mover las cámaras, las luces y las pantallas, el resto tiene un cometido impreciso, todos atentos a algo, también impreciso. Envueltos en un ambiente de hastiada impaciencia. Tras pasar un rato husmeando sin que nadie le preste atención, consigue que un chico con gafas de montura gruesa y granos costrosos le muestre el plan de rodaje. Quedan seis o siete planos para que comiencen a preparar la escena por la que le han hecho venir hace tres horas. El chico se comporta como si le estuviera haciendo un gran favor al transmitirle esa información, no tendría por qué hacerlo y tuerce la boca en ademán de fastidio, para que quede claro.

La piscina del recinto de exhibición de los delfines está llena de esmerilada agua verdosa pero vacía de todo lo demás. Sentado en la grada observa el agua que le recuerda a la gelatina de lima que comía cuando era pequeño, en algunas fiestas de cumpleaños. Un inmenso bol de gelatina de lima le contempla mansamente.

La chica, la chica que al llegar le preguntó su nombre y se aseguró de tacharlo en su portafolio le había mostrado el lugar donde le vestirían. Le había dejado en unos baños ocupados por el equipo de vestuario y maquillaje y le había dicho que no se alejara de allí. Se quedó fumando un cigarrillo y lo llamaron para que entrara a vestirse, al parecer con mucha prisa. Tuvo que tirar el cigarrillo casi entero. Le probaron varias camisetas y camisas pero finalmente le pidieron que volviera a ponerse lo que había traído. Eso le gustó. Después le sentaron frente a un gran espejo cercado de bombillas y estuvieron un rato echándole polvos en la cara y un gel para peinarlo. Cada vez que levantaba los ojos hacia el espejo se veía ridículo, los bajaba al instante y hacía vanos esfuerzos por disimular el disgusto. Cuando pensaba que ya habían acabado, la chica de vestuario le dio una camisa amarilla y unos pantalones beige de oficinista. Le hicieron una foto así. Ese sería su personaje. Su personaje le parecía un plátano. Se quitó la camisa y volvió a ponerse su camiseta. Dijo que no quería que se manchase y estuvieron de acuerdo. Dijo que quería dar una vuelta, que estaría atento y volvería pronto. La chica de producción quiso cerciorarse y prácticamente le obligo a repetirlo <<Estaré por aquí, sé como funciona esto>>. Se alejó pensando en eso último “sé como funciona esto” le sonó un poco presuntuoso, como de tipo experimentado con muchas horas de rodaje a sus espaldas; y si era así ¿Por qué estaba allí dispuesto a esperar lo que hiciera falta por un papelito de reparto con tres líneas? Apartó esos pensamientos como quien espanta momentáneamente las moscas de un plato al que sabe que indefectiblemente habrán de volver.

Se detuvo en el recinto de los osos pardos contemplando a una vieja osa sentada en el borde del tajo de hormigón que marcaba el límite del recinto. Tres metros más allá, separados del animal por una verja de hierro y un foso en cuyo fondo discurría una lengua de agua sucia y miserable, había gentes familieras lanzando golosinas que la osa recogía con habilidad. Entre cacahuete y cacahuete la osa se ganaba las propinas llamando la atención con sus garras y realizando un extraño contoneo, una suerte de baile compulsivo y malsano en el que bamboleaba la cabeza de un lado a otro hasta que los cacahuetes volvían a ser lanzados y trataba de recogerlos al vuelo. El espectáculo congregaba a más y más gente aumentando el jolgorio de carcajadas y comentarios. Los ojos de la osa tenían una expresión entre la necia y dócil mientras trataba de anticipar por dónde vendría la próxima golosina. Otro oso se aproximó hasta el borde atraído por las chucherías y la osa reaccionó con un gruñido de amenaza y un zarpazo que extinguieron las risas y provocaron un murmullo de estremecimiento hasta que el otro oso se retiró, retornando la risotada.

Continuó paseando por las instalaciones mientras la megafonía anunciaba una exposición de criaturas de la noche. En la zona de felinos, la mayoría de los animales estaban ocultos sesteando en sus cubiles. Después de recorrer las jaulas desocupadas regresó a los baños con una sensación de vacío. Allí le hicieron ponerse la camisa de plátano. Le preguntó a la chica de producción si faltaba mucho para su escena, ella miró el reloj, revisó sus papeles y dijo <<queda, queda>>.

Su compañera de escena, una chica alta de ojos otoñales y sonrisa entusiasta también estaba lista. Cuando la vio al llegar tenía el aspecto de una chica desenfada, ahora, después de pasar por vestuario y maquillaje, parecía una mujer, casi señora, algo así como una azafata de congresos inveterada. Se supone que era su mujer, la mujer del plátano. Ella propuso que repasaran juntos la escena. No le hizo mucha gracia, tenía tres frases y ella dos. Una pareja convencional que pasea por el zoo con su hijo en el momento en que una bala perdida del tiroteo alcanza al hombre abatiéndolo. El entusiasmo que ella ponía le llevaba a alargar sus frases y desbordarse en la entonación y los gestos. Él se limitó a soltar su parte con cierta indolencia, lo único que le interesaba era morir bien cuando llegase la bala pero eso no iba a ensayarlo.

– No sé, me parece que algo no funciona, se supone que somos un matrimonio. Tendría que haber una química ¿No? ¿A lo mejor estoy un poco exagerada?

Él no hizo otra cosa que encogerse de hombros.

– Chico, pues o yo estoy un poco exagerada o tú un poco pasota porque parecemos la noche y el día.

Volvieron a repasar la escena un par de veces con similares resultados. Cuando llegaban al final él decía <<Pum>> y dejaba caer la cabeza hacia un lado. Ella quiso que llegase hasta el final de verdad, que le mostrase como iba a morir por el disparo y reaccionar en consecuencia. Lo hicieron una vez más y al llegar al disparo dijo <<Pum>>, la miró con los párpados entornados, sacó la lengua y tiró una pedorreta.

– ¿Es así como vas a morirte?

– No, pero no voy a hacerlo hasta que el director diga acción.

– ¿No quieres ensayarlo?

– Ya lo ensayo todas las noches cuando me acuesto, me meto así en la cama, de un balazo.

Ya estaba aburrido, quería largarse de allí y hacer cualquier otra cosa hasta que llegara su escena, aunque sin saber muy bien qué: otro cigarrillo, ir a oler la peste de los leones, sentarse en un banco e idear alguna forma de abrir las jaulas… ya lo pensaría luego.

– Bueno lo iremos repitiendo hasta que fluya, tenemos que encontrar un punto de equilibrio entre los dos.

– Yo creo que así está bien.

-¿Qué quieres decir?

– Qué está muy bien, que la mujer es así animada y dicharachera y el marido está hasta los huevos…

– Porque su mujer es una pesada…

– O porque él es un rancio y ni siquiera le gusta el zoo o está pensando que se está perdiendo el partido.

Ella le dio la espalda y se puso a repasar su hoja de guión. Él observaba las evoluciones del gentío aguardando con las manos a la espalda.

– Bueno, podría ser… pero cuando pasé el texto con mi repre lo enfocamos como un matrimonio joven que está disfrutando de un día con el peque en el zoo.

– ¿Qué peque?

– El niño, hombre, nuestro hijo.

– Ah.

– ¿Por qué no vamos a buscarlo y hacemos la escena con él? Lo he visto antes por ahí, creo que está en vestuario con su madre.

– No, estará a su rollo.

– Que va hombre, si seguro que está aburridísimo.

– Oye, mejor pasa del crío. El crío ni siquiera habla y seguro que si ensayamos con él se acaba cansando y luego igual no quiere hacerlo cuando estén las cámaras.

Ella cedió en lo de llamar al niño pero, insistió en sustituirlo por un jersey que agarraban cada uno por una manga mientras paseaban repasando la escena. La gente les observaba tratando de averiguar que era lo que estaban viendo. Los niños tiraban de los brazos de los adultos señalando entusiasmados. Mientras caminaban entre el gentío hablándole a un jersey pensó que su vida era una estupidez indescifrable y se dejó llevar por la solidez de ese razonamiento. Abordó sus frases con ánimo renovado y cuando llegó el momento del disparo se llevó la mano al estómago y miró a la mujer, sus ojos se abrieron mucho, la boca arrojó una tos oprimida o un estertor y se aflojó hasta arrodillarse en el suelo apoyándose en las manos, hizo que la saliva se acumulara en los labios y dejó escapar un hilillo ligando su boca al suelo de colillas y cáscaras de pipa antes de derrotarse. Cuando se levantó tenía la camisa llena de polvo. Los críos aplaudían riendo como locos. Uno de ellos se soltó de la mano de su abuela y comenzó a rodearle sin dejar de disparar formando una pistola con la mano.

– ¡Eh, eso ha estado muy bien!

– Bueno…

– ¿Y lo de la baba?

– Pura improvisación.

– ¿Crees que te dejaran hacerlo? Bueno lo de la baba no sé ¿Cuando mueres se te cae la baba?

– Ni idea.

– ¿Pero con sangre? En las pelis los que mueren echan sangre por la boca ¿No? ¿Crees que te darán una bolsita de sangre o algo para que escupas?

– No creo.

– ¿Por qué no?

En el suelo, el jersey lo miraba como si se hubiese muerto.

La chica de producción aparece en el recinto de los delfines hablando por el walkie-talkie y girando la cabeza en todas direcciones hasta que le localiza en la grada.

– ¡Joder! ¿Pero dónde te habías metido?

– ¿Aquí? -responde encogiéndose de hombros.

La chica se pone el walkie-talkie en la boca, pulsa el botón y dice <<Ya lo tengo, vamos para allá>>.

– Vamos a rodar tu escena ya, joder.

– El de las gafas me dijo que faltaban seis o siete planos…

– Pues ya están, venga, baja de una vez, date prisa.

– Que rápido rodáis ¿No? -dice mientras baja despreocupadamente los escalones hormigonados de la grada.

La chica aguarda con impaciencia llevando el walkie en una mano y el portafolio con los papeles asomando a punto de caerse en la otra. Mueve los pies en el sitio como si se estuviese haciendo pis. Cuando él llega a su altura ella niega con la cabeza, se da la vuelta y murmura <<gilipollas…>>.

Le dijeron que el tiro lo recibiría en el pecho y no en la barriga como ponía en el guión. Agarraron al niño y lo colocaron entre los dos. Mientras ajustan las cámaras, la actriz le hace carantoñas y le presenta a quien será su breve padre. Ensayan la escena una vez y el ayudante de dirección dice que todo está bien, pero que él tiene que exagerar su caída. La actriz requiere la atención del ayudante, trata de cotejar el tono de sus frases y cerciorarse de que lo hace correctamente pero el ayudante la ignora y acude a una mesa donde hay un montón de gente inquieta metiendo la cabeza en un monitor. Cuando vuelve, ella está en el mismo sitio esperando algún tipo de respuesta, el ayudante mira a su alrededor y dice <<Todos a primera>>. Desde la mesa, alguien dice <<Acción>> y el ayudante repite <<Acción>>. Mientras caminan por el zoo llevando al niño entre ellos y soltando sus frases hay dos operarios detrás que portan una colchoneta para amortiguar la caída. En el momento del disparo, él se lleva la mano al pecho, baja la mirada desconcertado y vuelve la cara hacia su familia antes de dejarse caer sobre la colchoneta. Se oye <<Corta>>. La actriz se ha acuclillado junto a él y le coge la mano consternada, como si realmente estuviese herido. El niño se tira en la colchoneta riendo y rebotando. El ayudante vuelve con paso nervioso y la expresión irritada, mesándose el pelo ralo y consultando el reloj repetidamente como si eso fuese a servir de algo.

– Nada de mirarte el pecho ni mirarlos a ellos, olvídate de todo ese drama. Lo que queremos es que te caigas hacia atrás y punto.

– Oye ¿Y no vais a ponerle una bolsita de sangre o algo así? -pregunta la actriz.

– ¿Vas a dirigir tú la película o qué?

– Bueno es que yo creía…

– ¡Todos a primera!

Vuelven a hacer la escena y él se deja caer hacia atrás, calculando el salto y confiando en que la colchoneta esté en su sitio. Se produce un alboroto en la mesa de los monitores pero él está mirando la cámara, un ojo insolente que absorbe todo lo que tiene delante sin importarle nada ni nadie. Piensa que quizás esté encendida todavía, vampirizéndole incluso en ese instante entre toma y toma cuando se supone que puede dejar de ser el plátano. Alguien podría continuar observándole a través de algún monitor así que mira fijamente al objetivo, escupe y se da la vuelta.

El equipo técnico está cansado y se advierten gestos y posturas indiferentes, se encienden cigarrillos y comienzan charlas sobre lo que harán más tarde o sobre cualquier otra cosa que no tenga que ver con la película. Mientras, la actriz y la verdadera madre intentan entretener al niño que está cansado también y comienza a protestar y a ponerse ñoño. El ayudante se aproxima suspirando junto al tipo que maneja la cámara que protesta entre aspavientos.

– Joder, llevo media hora corrigiendo pero te digo que no puedo hacer más ¡Hay que rodarlo ya!

– ¿Y por qué me lo dices a mí?

– Se lo he dicho a él, tiene ojos igual que yo y está viendo como baja la luz como un puto telón negro pero es lo de siempre, va a su rollo y luego ¿A quién van a tocarle los cojones?

El ayudante se dirige a los dos actores que lo esperan.

– Sólo dos cosas ¿Vale? Muy importante: tú -le dice a ella – no puedes quedarte quieta y luego acudir en su ayuda. Se supone que es un puto disparo inesperado. Tienes que apartarte y levantar los brazos o apartar al niño y abrazarlo para protegerlo. Y tú -le dice a él – necesitamos que la caída sea más exagerada, que saltes hacia atrás como si hubieras pisado una puta mina.

– ¿Con qué se supone que me disparan?

– ¿Qué?

– Con que arma me están disparando.

– ¿Y yo qué cojones sé?

– Con un 38, -dice el director de foto – con un revolver del calibre 38.

– Eso no te tira volando hacia atrás.

– ¡Me cago en mi puta madre!

– Tiene toda la jodida razón -dice el director de foto.

– ¿Es que vais a dirigir vosotros la película ahora? Tomad -dice entregando el megáfono que los otros reusan -¿No? ¿Vamos a rodar la puta escena?

– Vale pero entonces yo qué hago -dice la actriz -¿Me aparto levantando los brazos o protejo a mi hijo?

– Me la suda ¡Todos a primera!

Esta vez vuela hacia atrás como si le hubiesen disparado con un bazooka y cae en el suelo rebasando la colchoneta. Una silenciosa conmoción lo inunda todo hasta que se incorpora y se sacude la ropa. La camisa de plátano está destrozada. Los operarios le preguntan si está bien y se disculpan por no haber acertado con la colchoneta. El ayudante y el director de foto están con los demás viendo la toma en el monitor. El ayudante vuelve corriendo, le pide que lo acompañe hasta la mesa y se lo muestra al director como si fuera un jamelgo de feria.

– Tiene la camisa hecha trizas -dice.

El director se toma su tiempo observándole, cuando sus ojos se encuentran le sonríe levemente como lo haría con el perro de un desconocido, en un por si acaso. Ahora que lo tiene cerca, el director le parece un tipo demasiado flojo y moderno con su chaquetilla ajustada, su corbatín y su lacado peinado de portaaviones, piensa ”este tío no tiene ni idea de nada”, ese pensamiento de alguna manera le consuela.

– ¿Y no tenemos más camisas como esa? – dice el director mirando hacia los lados buscando a quien corresponda la pregunta.

– ¿Marta? -dice el ayudante.

El director de foto se da la vuelta mirando al cielo y balanceando la cabeza. La de vestuario se acerca dando recelosos pasitos apremiados.

– Dime.

– ¿Tenemos más camisas como ésta?

– Hombre, igual igual…

– Pues parecida.

– No sé… creo que tampoco pero voy a ver.

– No, espera. No hay más camisas -le dice al director que repasa la toma nuevamente.

El director levanta la vista, alza los brazos y dice <<Toma buena>> mientras echa la cabeza hacia un lado esbozando una sonrisa de autocomplaciencia y se deja arrullar por su séquito de asistentes.

En menos de dos minutos, ya está en el cuarto de baño vestido con su ropa y echándose agua en el pelo y la cara para quitarse la porquería que le han puesto. Deja la ropa del plátano en un rincón y sale mirando alrededor, pensando en si debería despedirse de alguien. Nadie se fija en él. La gente de dirección está charlando en corro con aire despreocupado, los demás parecen muy atareados desmantelando el tinglado. Camina hacia la salida. Las jaulas y recintos están oscuros. No siente ningún interés por ver a sus ocupantes. Ni ellos por verlo a él, todos invisibles para todos.