BAR TURBULENTO

Turbulento okEl Conejo se acoda en la barra tratando de olvidarse de todo, el absurdo rige su existencia pero no acaba de acostumbrase. La abrasadora atmósfera del desierto contribuye muy mucho a fijar esta sensación adherida a su vida como pegamento seco. Pero el Conejo trata ahora de concentrarse en su bebida, no piensa apartar los ojos del fondo del vaso y no levantará la cabeza hasta que todo el contenido se encuentre susurrando cálidamente en sus entrañas, entonces pedirá otra. El trabajo en aquella planta de embotellamiento de refrescos conseguía arrebatarle todo deseo de encontrar la más mínima esperanza. Antes de trabajar allí vivía como un conejo buscavidas, siempre en movimiento, con el viento y los astros como únicos compañeros. Era libre, pero sus deseos de estabilidad le anclaron a aquel trabajo destruyendo su espíritu. Una monótona ocupación que ahora le sumergía en un turbio lodazal de frustración. Todo el día cargando cajas en los camiones que llevaban  el reparto. Entre la salida de un camión y la llegada del siguiente ni siquiera tenía tiempo de detenerse a fumar un pitillo, tenía que fumar mientras cargaba diabólicamente aquellas pesadas mierdas; sudando a chorros y ahogándose hasta que tenía que escupir los cigarros para no morirse allí mismo. El Conejo ya había perdido las riendas de su vida ¿Pero por qué seguía allí? ¿Qué le retenía? ¿El sueldo? Cuatro chuchos para el catre, la comida y pagarse unas copas <<es como estar subido en una estúpida noria que no deja de girar y de la que no puedes bajarte>> se decía. Lo peor es que al final todo lo da por bueno si (como ahora) puede tomarse un trago a gusto, dejando que sus órganos se relajen perezosamente mecidos por el licor.

Un cosquilleo en los bigotes al percibir un fuerte aroma mezcla de perfume barato y sudor hormonado. Junto a él está una mujer guapa de verdad. Magnífica. De una belleza contundente. Arrebatadoramente vulgar. Cabello moreno despeinado y agreste, la piel oscura y brillante. Una boca peligrosa, cada vez que se acerca el cigarrillo  para dar una calada, sus carnosos labios se adelantan, ansiosos y primarios, buscando el cigarro; después expulsa el humo persiguiendo besos imaginarios. Ella le mira, El Conejo gira la cabeza y aparta los ojos de inmediato. Se concentra su copa, ella observa. Él lo sabe y tiene que mirarla otra vez. Ella le sonríe amenazadora, le atrapa en la profundidad de sus ojos negros mientras, con gesto torpe, se baja un poco el cortísimo vestido de una pieza.

–       Oye conejo –le dice- ¿Por qué no me ayudas a decidir? Tengo mucha sed pero me aburre beber siempre lo mismo y ahora no sé que tomar…

–       Cualquier cosa está bien.

–       Vamos conejito, déjame probar eso que tienes…

A juzgar por su forma de esculpir las palabras, El Conejo sabe que “eso que tiene” y ella quiere probar no ha de ser forzosamente su copa. De repente, la mujer le arrebata el vaso, pese a que una de las costumbres de El Conejo es la de tener siempre su copa bien agarrada (que no se te escape nunca, muchacho). Ella toma un largo trago dejando que algunas gotas le resbalen por la barbilla, secándose después con el dorso de la mano. Con un gesto le indica al barman que le sirva lo mismo.

–       Me llamo Sierra –dice mientras sigue la música con su cuerpo.

–       Encantado –contesta El Conejo sin mirarla.

–       Eres muy feo, conejo

–       Lo sé.

–       Eres guapo, conejo.

–       Lo sé.

Sierra, entonándose, se quita los zapatos y comienza a bailar alrededor de El Conejo. Agita sus caderas con brusquedad de borracha y levanta los brazos mostrando sus descuidadas axilas. La piel brilla plateada, rezumando húmeda incandescencia. El vestido se ciñe subrayando las curvas peraltadas de su geografía, a veces se le sube mucho y El Conejo tiene que apartar la vista cautivo de un dolor exquisito. Lo mejor es no hacer caso, para un tipo que sólo aspira a que le dejen en paz las ecuaciones son simples: alcohol más mujer guapa más vestido corto igual a problemas. No quiere prestarle atención, no quiere nada. Lo mejor sería tomarse la copa y andando. Sus deseos se reducen a seguir  rumiando sus pensamientos, sólo busca un poco de sosiego pero siempre ocurre algo y ese algo vendrá seguido de otra cosa. Imposible estar bien. No piensa hacer caso a esa mujer que es la malicia personificada, aunque supone que eso  probablemente la excitará aun más.

Sierra, tras él, sigue bailando cada vez más cerca, primero rozándole, y más tarde, apretándose con su cuerpo rotundo y caliente. El Conejo se ahoga en su fragancia, trata de pensar en otra cosa pero no puede sujetar una mente que ya juega a adivinar las partes del cuerpo que entran en contacto con el suyo: el culo, el abdomen, los pechos, todo… Sierra le toca en su hombro para que se de la vuelta. El Conejo permanece de espaldas, ya no es un muchacho, puede controlar la situación, está demasiado triste y cansado como para sentir excitación. Está empalmado. Su cosa le atraviesa los calzones, <<son viejos>> piensa. Sabe por experiencia que una hembra así no anda suelta, sabe que ha de tener un gallito que aparecerá tarde o temprano. Sólo quiere tomar una copa tranquilo, ha sido un día duro. No quiere verse obligado a huir como una liebre asustadiza, no quiere volver a su catre en el barracón compartido donde los ronquidos, el olor a sudor y los pedos le empujan hacia insomnes letargos siempre desagradables.

La tiene prácticamente encima, <<Necesito que me follen hoy… conejito…>> Le susurra acercándose a su oreja. Cuando recibe su cálido aliento, un tipo mal encarado entra en El Cactus Amarillo, <<ahí viene Pepito>> piensa El Conejo. Coyote Jack atraviesa el local con paso decidido y El Conejo siente que la flojez le azuza el perineo. A medida que Coyote se acerca hasta ellos, puede ver como su gesto se endurece y la sangre se le va agolpando en la cabeza, como entra en sus ojos amarillos enrojeciéndolos de cólera. Por su parte, Sierra no colabora demasiado al quedarse junto a él  pegada como una ventosa.

–       ¿QUE COJONES ESTA PASANDO AQUÍ? –ladra Coyote.

–       Hola Jackie, cariño… estoy aquí jugando con mi amigo –dice Sierra sin dejar de contonearse.

–       Más vale que te calles, puta –contesta mostrando sus encías violetas.

–       Es mi conejito de peluche, lo gané en la feria ¿Entiendes? –responde Sierra haciendo tropezar las sílabas.

Coyote la agarra con violencia apartándola de El Conejo de un empellón.

–       Te hablo a ti, orejitas ¿Qué crees que estás haciendo?

–       Tomo una copa. Lo intento –responde sin mirarle.

–       Tranquilo, Jack –interviene el orondo barman –no ha pasado nada, Sierra sólo se divertía bailando…

–       Más vale que te cierres el pico, Gordo, o te frío la vida.

–       No amenaces tanto Jack que se te va la fuerza por la boca –dice Sierra descuidando medio culo –además, ten cuidado con este conejito porque tiene la picha enorme, mucho más grande que tú, qué digo, muchísimo más. Tanto qué…

Coyote Jack le atiza un revés con el dorso de la mano y Sierra cae de espaldas contra la pared, resbalando por ella hasta quedar sentada en el suelo con las piernas abiertas y un regato de sangre saliendo de su nariz. Así y todo, sigue estando muy guapa.

–       ¿Y bien, conejo? –dice Coyote obligándole a mirarle a los ojos.

–       Y bien ¿Qué? Hace mucho calor, no quiero problemas…

–       Querías robarme lo que es mío ¿No es cierto?

–       Ni por lo más sagrado.

–       ¿Qué pretendes estúpido cobarde?

–       Beberme mi copa, maldita sea… Oye, yo no estaba haciendo nada ¿Comprendes?

–       ¿Qué no hacías nada? Estabas intentando joderme, conejo, robarme a mi zorra… Mira sus bragas – dice señalando a la chica que sigue en la misma posición –mira la mancha de humedad que tiene ahí ¡Ahí ABAJO!

–       Ya te dije que hacía calor.

–       Saca tu pistola, voy a matarte ahora mismo –responde llevándose la mano al cinturón.

–       Aquí no, Jack por favor –suplica el barman.

–       CA-LLA-TE –responde Coyote agarrando al barman y presionando con la culata del revolver en su cabezota poco poblada.

–       Oye, no voy a pelear –resuelve El Conejo – está visto que no podré acabar mi copa pero la pagaré, te invitaré a un trago para olvidar este malentendido y me iré.

En respuesta Coyote Jack estampa el revolver en el pómulo de El Conejo tirándole del taburete.

–       Hostia puta… –dice incorporándose.

–       Coge tu pistola, maldito peluche.

–       Sí, coge tu pistola, cariño… dale su merecido a ese viejo coyote picha-floja –interrumpe Sierra tratando de levantarse.

–       Más tarde me ocuparé de ti, maldita cochina sudorosa.

–       Por favor… esto es ridículo –insiste El Conejo.

–       No tienes elección conejo, o coges tu arma o te convierto en una de esas camisas de lunares que tanto le gusta llevar a Dylan.

–       ¡Eh, a mi me encanta Bob Dylan!

–       Me da asco ese puto judío de nariz resfriada.

–       Ya… Pues no tengo revolver .

–       Muy bien, que alguien le preste el suyo a este conejo al ajillo –dice dirigiéndose al resto de parroquianos sin apartar los ojos de El Conejo.

Cuando Coyote Jack apareció en escena, todos supieron lo que iba a suceder. Todos se levantaron, y ahora, al ver que la cosa iba en serio se echaban a un lado dejando libre el espacio suficiente. Conocían a Coyote Jack y sabían de su mal talante, por ese motivo se mantuvieron lejos de Sierra cuando ya llevaba un buen rato bebiendo y maldiciendo antes de que El Conejo apareciera. Las cosas estaban así, Coyote había acabado con muchos desdichados como El Conejo, no necesitaba demasiadas excusas para desenfundar su juguete. Los tipos como él viven de su reputación, les gusta pasear por la ciudad e infundir temor en la gente, respeto lo llamaban. De esta forma todo eran ventajas, le invitaban a whisky, nunca pagaba impuestos, estaba exento de cualquier tarea comunal, nunca perdía a las cartas (tampoco le era fácil encontrar compañeros de partida, la gente no es idiota); podía ir todas las semanas a la barbería del Sr. Pelo y obtener el mejor servicio, y nunca le faltaban mujeres hermosas. La vida era fácil pero había que infundir respeto y ésta era una de esas ocasiones. Coyote Jack pensaba de esta forma ¿Qué otra cosa podía hacer? Hoy dejas que un tipo se largue sin recibir su merecido y mañana todos dirán que Coyote Jack se ha ablandado, que se ha hecho viejo; eso ha terminado con muchos. Otros rufianes importantes habían cometido el mismo error, se hicieron descuidados, perezosos pa matar. Coyote recordaba a Pete El Ciénaga: se compró una casa, se casó, dejó de cazar serpientes y le perdonó la vida a un muchacho de doce años y a su perro; un par de semanas después le abrieron una ventana en la espalda cuando compraba repollo en el mercado  <<¡Por Dios Santo! ¿Qué hacía un hijoputa del desierto como Pete comprando repollo?>>. No había otra manera, debía darles una lección a todos y dejar claro quien mandaba allí. Nadie podía tontear con su hembra. Todo el bar había visto como se olfateaban y se retorcían esos dos, y… aquella mancha en las bragas de Sierra… cada vez que lo pensaba se le retorcían los intestinos. La cólera volvía subirle desde el pecho hasta la cabeza generando una presión en sus cuencas oculares. Primero se cargaría a aquel desgraciado conejo de mierda y luego se llevaría a Sierra de los pelos y le daría una buena ración de hostias y sexo violentísimo; y cuando estuviese hecha unos zorros se la vendería a los comancheros. Sí, eso haría. Aquello que le había dicho de “picha-pequeña” e “impotente”… ¿Cómo se atrevía a cuestionar su virilidad de coyote revienta-coños? <<¡Y delante de toda esa gente!>> Recordarlo le hizo sentir el sabor salobre de la humillación, gotitas de debilidad concentradas en los poros que se abrían en su cabeza. Si no le hubiera sacudido un buen trompazo a aquella furcia incluso podría haber debilitado su pétrea y despiadada mentalidad… Pero no, ahora estaba bien, seguro de que Sierra acabaría en el arroyo y El Conejo en la cazuela. Él era Coyote Jack, un mal bicho, la pistola más rápida del desierto; había matado más hombres y follado más mujeres que pelos tiene una cabra. El Conejo sólo sería otro trozo de caca muerta que sumar a una larga lista de cagadas sin vida que yacían junto a las pieles podridas de los lagartos y a las espinas de las truchas dinamitadas.

–       Ya estás muerto, conejo, vamos, coge un puto revolver… estás más muerto que una caja de plumas.

El Conejo no dice nada. Mira directamente a los amarillos ojos de Coyote Jack y esboza una áspera sonrisa de conejo <<Qué cojones… nadie me echará de menos>> piensa. Después da media vuelta y se dirige lentamente hasta aquellos tipos que observaban expectantes. Coyote, por su parte, se fija detenidamente en la expresión de aquel lagomorfo. No parece su típica víctima. No, no era uno de aquellos pistoleros fanfarrones que llegaban a la ciudad para birlarle un trozo del pastel, ni tampoco era el clásico campesino que suplica y defeca antes de morir. Parecía asumir su condición de perdedor, su expresión era amarga pero decidida <<a este tío ya le da igual todo>> se dijo. Pero poco importaba que ese conejo ya hubiese sido condimentado con ajito y perejil desde hace tiempo, ahora le ha llegado su hora y poca repercusión puede tener el modo en que lo afronte.

–       Eh, tú ¿Cómo te llamas? –dice El Conejo dirigiéndose a un tipo alto y delgado, seco como una rama de encino.

–       Mi nombre es Paul Palo –contesta débilmente.

–       Bien, Paul Palo, dime ¿Dispara esa puta mierda que llevas?

–       … Creo que sí – responde el tipo mostrándole un peacemaker bastante estropeadillo.

–       Vale amigo, pero antes dame fuego ¿Quieres? –dice El Conejo poniéndose un pitillo en la boca.

–       Vamos, no tengo toda la noche –se impacienta Coyote –tienes una cita con el Todopoderoso.

En el instante en que Paul Palo deja su arma sobre la mesa y prende una cerilla para dar lumbre a El Conejo, éste chupa el cigarrillo y expulsa una bocanada de humo al tiempo que coge el revolver y se gira súbitamente, con la decisión del muerto-vivo dispara aquella chatarra estruendosa sobre Coyote Jack.

¡BOOM!

La cabeza de Coyote se abre como una sandía olvidada al sol. Nadie podía esperar algo así y fueron muchos los que se echaron al suelo cuando una nube de pelos y dientes lo salpicaba todo. El cuerpo de Coyote, que ahora parece una absurda figura de papiroflexia, se derrumbó en el suelo como un saco de salchichas. El barman se ha quedado paralizado tras la barra con la camisa y la cara salpicada de pedacitos sanguinolentos y cosas peores. El Conejo entrega el revolver a su dueño y le da las gracias. Paul Palo lo recoge en sus manos como si fuese un objeto sagrado, saca un pañuelo y envuelve el arma cuidadosamente.

Sierra se acerca al cadáver y arrodillándose junto a él, lo mira con una confusa expresión mezcla de estupefacción, angustia y tristeza titubeante.

–       ¡Oh Dios! –exclama –Jack, cariño… ¿Qué voy a hacer sin mi hombre? ¿Eh? El tipo importante…

–       Ahora ya no parece gran cosa –dice El Conejo fumando a gusto.

–       ¡Tú lo has matado, mira lo que has hecho!

El Conejo, sin prestar atención a la mujer arrodillada junto al cuerpo, se dirige al barman.

–       Lo lamento Bob – apura su copa –dime que te debo, se hace tarde.

–       La casa invita, Conejo. Me encargaré de esto… joder qué mierda… mi consejo es que te largues cagando hostias, cuanto más lejos mejor.

–       Yo me voy contigo –dice Sierra desde el suelo.

–       Ni hablar. No quiero más líos de mierda.

–       Por favor, conejo, no puedes dejarme sola esta noche no… llévame contigo –suplica con la voz temblorosa – tengo miedo, estoy sola… quiero estar contigo, quiero…

–       Es imposible, yo vivo solo, bebo solo y duermo solo, y es así como me gusta. Es probable que muera pronto y también que viva demasiado pero desde luego no necesito cargar con una  lianta chiflada como tú.

–       ¡Por favor, no me dejes! Por favor… –suplica.

Desesperada le abraza desde el suelo, su rostro oprime la entrepierna de El Conejo, que se excita por un instante y se siente mal por hacerlo. Después se la sacude de encima bruscamente y enfila la puerta. En el umbral sólo los grillos y los sollozos de Sierra rompen el estúpido silencio. El Conejo se detiene un instante. Da media vuelta. Sus vivos ojillos la están atravesando.

Lejos de allí, la noche se extiende recibiendo el traicionero frescor de la brisa del desierto. Los armadillos se dedican a sus absurdas querencias recogiéndose en bolas acorazadas y rodando por los cerros. El Conejo observa en el cielo, abierto en su herida inmemorial, como las estrellas se le vienen encima en su infinita caída. Con la cabeza cómodamente recostada en el vientre de la mujer, se acurruca retomando con sus interrumpidas cavilaciones. Qué corta podía ser la vida y qué larga la espera de ese algo que nunca llega, demasiando tiempo haciendo tiempo, demasiado necio el movimiento de aquella noria. El cielo parece brindar tantas posibilidades… ¿Una oportunidad por cada estrella? Probablemente. En ese caso, algo habrá que pueda hacer para salir de este errabundo deambular carente de sentido ¿Qué tal vivir un día más? Trato hecho.

EL YUGO

el yugo Pienso que todo hubiera sido más fácil de haber nacido en un barrio chungo de Kingston o Moratalaz. Si esto hubiese ocurrido ahora no dudaría tanto, lo tendría más claro ¡Caramba! O pican las truchas o dinamitas el río.

Pero no, mis padres se empeñaron en que fuera un niño bien aseadito y bien educado. Barrio bien, colegio bien….. bien aislado de la realidad, creo yo. Ropa buena (y poco molona debo añadir), zapatos de los que te pisan mucho, pelo al estilo Pepe Oneto… A mí me gustaba a lo Chendo pero cualquiera se lo dice a la Tía Curra… La Tía Curra fue la encargada de cuidarme durante toda mi infancia. Mi madre sólo estaba donde se hacían las fotos, de modo que la Tía Curra era como mi madre, sólo que con ella no tuve complejo de Edipo, no me daba ningún morbo la tía esa.

La tía Curra… ella fue el brazo ejecutor… Claro, la actitud de mis padres también influyó, pero sin duda fue ella quien me convirtió en el cobarde dubitativo y neurótico que ahora soy. Creo que todo empezó con los viajes a Valencia. Desde que tengo uso de razón recuerdo viajes a Valencia. La Tía Curra se levantaba muy azarosa y me daba un concienzudo baño. Después de peinarme con excesiva colonia, cogíamos un taxi y la Tía Curra le decía al señor taxista <<A la estación de Atocha, por favor>>. Una vez en el tren, me ponía mirar por la ventana buscando respuestas. En cuanto veía árboles pelados y una superioridad cromática de lo pardo, ya sabía que íbamos a Valencia. Valencia siempre me pareció un lugar de lo más aburrido. Paseábamos por las calles y tenía que aguantar a la Tía Curra y su tortuoso juego de “A ver si sabes de quién es esta casa”. Lo único bueno es que me dejaba tomar un polo, pero sólo en Valencia, por su clima benigno supongo…

Y es que la Tía Curra pasaba mucho tiempo conmigo. No me dejaba bajar a la calle a jugar con mis amigos ¿Qué amigos? Los que fuesen. Bueno, no me dejaba jugar con otros niños… y así claro…  no tenía ni zorra de controlar un balón. Su influencia iba conmigo a todas partes. En el colegio, donde su asfixiante compañía no era de recibo, también percibía sus influjo perverso, dentro de mi cabeza y en toda mi ropa, en mi estúpida cajita de ceras y mis lápices siempre pulcramente afilados. A la hora del recreo, mientras los otros chavales disfrutaban de sus phoskitos, bonys y aquellos cuernos rebosantes de chocolate líquido, yo debía hacer frente al bocata de anchoas y queso cheedar que la Tía Curra me había metido en la cartera ¡Cómo resecaba la boca aquella porquería!. Recuerdo que los matones de la escuela no tenían que insistir demasiado para quitarme el bocadillo, yo lo ofrecía sin rechistar pero cuando lo probaban me sacudían por llevar un emparedado de sabor tan repugnante. Con el paso del tiempo, claro, ya no me quitaban el almuerzo, se limitaban a marginarme y me mortificaban con horribles nombres como Bocata Malo o El Tipo Blando que Come Pellejos. Mi fama de raro aumentaba según transcurría la etapa escolar. Intenté jugar al fútbol en los recreos pero aquello tampoco funcionó. Como no teníamos balón (no me dejaban traer el Tango España que algún familiar normal debió regalarme por Reyes) solíamos jugar con el enorme manojo de llaves de Joaquín Gorrachategui, un revoltijo metálico con el que te hacías polvo los pies. Me elegían siempre el último en los equipos, cuando me permitían jugar, normalmente cubriendo alguna baja, decían que no sabía elevarla, ya se sabe, poner un centro al área o hacer una vaselina. Jugábamos 50 contra 50 y yo apenas tocaba bola, es decir llave. De las chicas… qué decir, para ellas sólo era un panoli sin yumas. Aún recuerdo sus risitas de roedor cuando pasaba por los billares o el callejón de los cigarros de la mano de aquella vieja camino de la mercería.

Las lógicas preocupaciones ante la situación que estaba viviendo no hacían mella en la Tía Curra. Cuando trataba de sincerarme decía <<eso son tonteras>>, <<tú lo que tienes que hacer es estudiar para notario ¿Has ensayado tu firma hoy? Pues hala, a formalizar trámites>>.  Eso era todo lo que obtenía por consuelo. Mi padre, por su parte, no aportaba nada. Era un señor mayor que paseaba del dormitorio principal al estudio vestido con pantalones de tergal, chaqueta de lana y un pañuelo amarillento colgando del bolsillo. No sé ni que idioma hablaba. A mi madre la veía más desde que compraron una Polaroid pero era tan distante y desapegada que hasta borrosa salía en las fotos. Como podréis comprender, no bastó con que el alcalde dijese aquello de <<El que no esté colocado que se coloque… ¡Y al loro!>> para no ser pasto del desasosiego cuando ahora, a mis cuarenta y tantos, recuerdo una infancia tan triste y traumática. Durante todo este tiempo he estado viviendo de las rentas que, sin comerlo ni beberlo, los negocios de mi familia me proporcionan. La Tía Curra ha estado conmigo estos años cocinándome sus tortillas francesas y sus huevos pasados por agua; lavándome el pelo con champú johnson’s y friéndome la vida con sus milongas acerca de la buena educación y el desentendimiento hacia el resto de la humanidad propio de los de nuestra condición social.

Eso hasta ayer. Ayer tarde, aún dentro del período de tiempo que me reservaba para hacer la digestión, decidí finalmente, inspirado por De Quincey, terminar con su subyugante compañía. Mientras ella hacía calceta en la salita… le birlé la vida con la bayoneta de empuñadura nacarada que cuelga en uno de los salones, junto a trofeos de caza y obscenas taxidermias de zorros y perdices. La Tía Curra apenas se enteró, estaba ya muy mayor y le pilló en el sueñecito de las seis. La bayoneta nacarada atravesó su tórax blando y descalcificado como si fuese tocino de cielo.  Todo de una exquisitez aterciopelada, apenas hubo dolor, o sangre, que la Tía Curra era propensa al trombo y la tenía ya como manteca. Ni siquiera Walter, el gato de la familia, que estaba en su  regazo en el momento del crimen (qué horrible palabra ¿Porqué no lllamarlo exención indispensable?)  se alteró lo más mínimo. Siguió allí hasta notar que la Tía Curra se iba quedando cada vez más fría, y sólo entonces se le erizaron las pelusas y  se retiró risueño a continuar con sus quehaceres gatunos.

Ya ha pasado un día y la inseguridad de mi situación me atormenta. Nunca me han permitido ser un niño por lo que no he podido ser un hombre. Tengo miedo de vivir, miedo de poner aceite en la sartén, miedo de conectar un enchufe, miedo de salir a la calle y renovar mi carnet de identidad ¿Quién se ocupará ahora de Walter y de mí? Walter no tiene problemas para conseguir aportes proteicos en los rincones sin barrer pero ha de aprender a vivir sin su ración de whiskas. Yo, por mi parte, entiendo que debo continuar, casi comenzar habría que decir. He de buscar muy dentro de mí a ese hombre que por cromosomas soy. La Tía Curra ha volado para siempre.

Saldré adelante. Además ¡Qué narices! ¡Este año hay Mundial!

¡LOBONAZO!

sc00216a81 La caza es un asco tal y como hoy se entiende pero hubo un tiempo en que la caza era  recurso además de afición. Un matar por comer y no por matar. Un tiempo en que los hombres debían medirse con el medio y pasar fatigas para volver con algo. Todo era bien distinto en la caza del pobre: la escopeta, apañada y si la había; los cartuchos, hechos en casa; y los bichos, asalvajados, no los del coto que los echan de comer y los crían a golpe de cruce genético y suplemento, y más  parecen animalitos de granja que bichos montunos.

El libro de Juan Berenguer “El mundo de Juan Lobón”, Premio de la Crítica 1967,  habla de eso pero sobre todo, de libertad, la justicia en contra posición con la ley. La utópica resistencia de lo primitivo, entendiendo el término en consonancia con la pureza y la inocencia,  ante el embeleco de la norma y los notables que la decretan.

La historia se sitúa en la Andalucía serrana de la primera mitad del pasado siglo, corriendo a cargo del propio Lobón la narración de lo acontecido desde su niñez, e incluso antes, en los tiempos en los que el campo no tenía vallas y su padre “mataba los cochinos con los perros y un cuchillo, sin escopeta”.

En el monte sólo viven los flacos, los que andan con el miedo metido por el culo. El ojo confiado no ve ni la oreja escucha, ni la nariz ventea.. Al cazador lo amaña el miedo de volver de vacío que es la muerte, y el miedo a la guardería que es la cárcel. El miedo enseña lo mismo a taparse del guarda en un lentisco de a palmo, que a arrimarse a una cabra subida a las piedras. El miedo enseña a llevar la sombra en los riñones, a ser como una piedra en un limpio y un tronco de chaparro en el chaparral. A eso enseña el miedo, que el hambre enseña todo lo demás”.

Lobón cuenta su vida tratando de explicar los motivos que le han llevado a estar preso, y no son otros que vivir de la caza sin entender de cotos ni vedados. Para él la caza es la vida porque de eso come él y unos pocos más, que para repartir no le falta disposición aunque después nada le quede, que ya tirará para el monte al día siguiente con la mañanita. Y como en el campo está su plato, ya se cuida él de tenerlo no enguarrarlo dejando sano lo preñado y lo que cría, conservando la simiente y no descastando el monte.

A lo primero la ley no era como ahora, que le abuela de don Gumersindo la cambió a su capricho. Antes no era así. Yo me sé la miga de la de antes aunque no me sepa algunas palabras, que tampoco va a acordarse uno de todo. Así era la de antes:señores

<<Los bichos montunos son de todos y de nadie: del que los trinca. No hay castigo por matarlos>>”.

La novela es una crítica al caciquismo en general y al latifundismo andaluz en particular. Y bajo el prisma de la caza también un alegato contra el cazador moderno o de afición,  el perseguidor de trofeos que probablemente engloba a la gran mayoría de los escopeteros actuales. Lobón describe a los cazadores de salón. “Usted no ha cazado en su vida, y aquel día cacé yo, que usted no hizo más que apretar el gatillo”. Gente abarrigada que vive de despacho y el fin de semana van a coto cargados con sus vinos y viandas a que les levanten las piezas mientras hacen negocios, presumen de hombría y se reconcilian con sus arcaicos instintos predadores.

Al rato se acabaría la cacería, pues a su lado no se podía estar más de una hora sin que tuviera que beber agua de botella, o cerveza con algo de comer, pues no he visto a nadie más vicioso de ir tragando algo”.

borracho En definitiva un libro maravilloso narrado por Berenguer desde la perspectiva de un personaje singularísimo, y dotando a este hombre de campo de una retórica fascinante y  un lenguaje colmado de sabias metáforas y aforismos impagables. La novela estaba hasta hace poco descatalogada pero me consta que ha vuelto a ser editada. Al parecer el personaje de Juan Lobón vivió y murió en las serranías aledañas a Alcalá de Los Gazules (Cádiz). Mitología de uña sucia.

TEXAS HOBO BLUES

señor

La zona de roulottes-restaurante es el centro neurálgico de la zona hobo. Vagabundos y músicos callejeros son  los habitantes de las aceras y forman parte del paisaje de la ciudad lo mismo que los letreros de los comercios, los coches y los semáforos. Aquí gozan de una especie de aceptación poco corriente. Se sientan en las terrazas de los cafés a charlar y jugar al dominó sin que a nadie le importe lo más mínimo si hacen gasto o su castigado aspecto afea la postal. Como todos los viajeros sin rumbo, allá donde van suelen llevar sus cachivaches y toda la ropa puesta, no importa el tiempo, como si llevasen el frío de la necesidad siempre metido dentro. Disfrutan charlando con los transeúntes, y no se trata de conseguir dinero o un poco de botella, al menos no directamente. Es más bien un identificarse con el resto del tejido social, de sentirse personas y compartir con la gente una poco de rollo trivial sobre el tiempo, la ciudad, la música o el ganado.

Joe tiene un carrito de supermercado que arrastra por todas partes y va llenando de valiosos objetos inservibles. Joe es negro y dice haber nacido en Gibraltar pero no puede recordar la razón o cómo fue que llegó a Texas. Le apasiona la música, ya sea blues, country, rumba, son o calypso. Dice que lo que sale del corazón siempre es bueno, y que si es bueno el cuerpo sabrá trasladarlo al instrumento, de donde parte otra corriente que llega al corazón del que está escuchando. Asegura que la música es una corriente que parte del corazón y conecta a las personas, pero también que las naves extraterrestres aterrizan en su cabeza y le preparan para el día en que lo recojan para llevárselo a Golorion, un planeta que dice que hay.

Mike es de la región de los grandes lagos. A penas sobrepasa la treintena pero su cuerpo ya ha comenzado a hincharse debido a los efectos del alcohol. Mike viaja por todo el país viviendo sin propósitos. Recorre pueblos y granjas buscando ese poco de algo, un día ayuda en la recolección de la sandía en Greenwood, Mississippi y otro está fregando platos a cambio una cena refrita en Lincoln, Nebraska.  Asegura <<en este país hay gente buena, gente que sabe que un hombre puede perderse>>. Deambula por las aceras, siempre con un vaso de plástico relleno de cualquier  alpiste, tratando de conectar con los transeúntes y ofrecer su ayuda para dudas o trámites en los que pudiera ser remotamente útil. Si se topa con forasteros, Mike se disculpará por la política internacional del gobierno e informará al viajero de que en cuestiones de política interior las cosas no funcionan mejor. La falta de trabajo, una educación deficiente y la  consabida mezquindad del sistema sanitario, son los puntos fuertes de su discurso. Mike, cada poco tiempo,  ofrece de su vaso a sus interlocutores olvidando inmediatamente los “no gracias”, no tanto por falta de memoria como por el fiero deseo de compartir lo poco que tiene.

Josh es otro de los muchachos. Treinta años que parecen cuarenticinco, alcohólico hasta la médula. Natural de Oklahoma. Vive bajo un remolque en un descampado. Vende extrañas fotografías de estilo psicodélico, paisajes urbanos difuminados y borrosos por la errática utilización del objetivo o el  flash. Las obras de arte de un artista del huroneo que se agarra a la vida con una sonrisa amarilla llena de resplandeciente inocencia. Lo encuentro bajando la calle mientras saluda a viejos compinches y tipos anónimos, me cuenta que está aprendiendo a tocar un bajo destartalado que le han prestado, ha olfateado el aroma de la calderilla acompañando a un músico callejero en sus actuaciones en el descampado de las roulottes-restaurante, donde ahora estamos.  Se empeña en que tengo que probar los hot dogs de búfalo y serpiente de cascabel. Después de comer, insiste en que le acompañe a hasta su escondrijo para regalarme una de sus fotografías. Le agradezco el regalo y me despido de él. Comienzo a alejarme cuando me llama. Pide tabaco y mientras espera alargando una mano sucia y temblorosa, me pregunta si quiero acompañarle al oficio dominical de la iglesia. Le contesto que para entonces estaré fuera de la ciudad, en ese instante de respingo, hace un mohín y se frota con la mano hinchada el ojo que le llora.

TODO ES EMPEZAR

puro b&W

No soy muy amigo de los ordenadores, ni de los bares de diseño, pero lo cierto es que escribo y me veo obligado a utilizarlos. No consigo  escapar de la cibernética, yo creía que sí, a punto estuve de lograrlo, pero no. Todo comenzó a instancias del Gran Padilla: consejero, amigo y experto telemático. Fue así.

– Si quieres tener una oportunidad de que tus textos lleguen a alguien tienes que usar los canales que internet te brinda para ello, tienes que hacerte un blog.

– ¿Qué coño es eso?

– Aparte de un magnífico medio de expresión y comunicación, es la forma más efectiva para la autopromoción.

– Oye yo lo que quiero es publicar.

– Pues eso, puedes publicar en la red.

– En la red… Tío, en la red no se lee bien, que te acabas jodiendo los ojos, coño. Los libros, esos objetos que duermen en la mesita de noche, que los puedes llevar a la playa, dejárselos a tus amigos y en las mudanzas siempre acaban en cajas que pesan muchísimo. Eso es lo que yo quiero, una cosa que se pueda agarrar, dejar, tirar, retomar o quemarlo si hace frío.

– Mira macho ¿Tú no has oído hablar del ibook?

– Ni quiero.

– Pues es el futuro.

– Futuro ni hostias, el futuro es la cena si es que hay.

– Pero ¿Pero tú no eres un antisistema?

– ¿Qué?

– Un outsider…

– Eso es otra cosa.

– Vale pues que sepas que internet es libre.

– Anda ya…

– Que sepas que mientras te pateas las editoriales mendigando…

– Yo no mendigo una mierda.

-Bueno, pues buscando una oportunidad de ser publicado, hay gente, gente que escribe que ya está publicando por internet ¡Y vendiendo sus libros!

– ¿Tú te has leído algún libro por internet?

– Sí, un montón.

– ¿Libros de qué?

– Pues manuales, libros técnicos…

– ¿Novelas?

–  Yo es que tengo mucho trabajo, y luego los niños…

– Pero entonces ¿Qué me estás contando?

– Que si hombre, que conozco mucha gente que lo ha hecho y funciona, que soy informático joder… Y de esta manera se quitan a las editoriales de encima y venden sus propios libros en Internet, sin intermediarios ni nada.

– ¿Y venden sus libros así?

– Pues claro.

– No lo veo… Es que hasta me da repeluco ¿Voy a participar yo en constitución de un mundo lleno de tíos ahí todo el día con la jeta pegada al ordenador? Gente mórbida con los dedos amorfos de clickear, con las mesas llenas de envoltorios de snacks y migas y cleenex usados, vidas cibernéticas y polvos cibernéticos, leyendo a base de ratón y cursores…

– No seas gilipollas… Si no quieres vender los libros está bien, pero el blog te puede servir como herramienta de promoción, para que te conozca alguien, para llegar a la gente y al menos testar tu valía.

– Ya.

– Puedes subir cuentos, comentar películas, noticias, discos, denunciar cosas… ¿Por qué no lo intentas?

– No sé…

En eso estamos.